martes, 15 de noviembre de 2011

Caracas: el grafiti y la ciudad

Hace algunas semanas presenté la charla “El arte y la Ciudad” en la ciudad de Caracas. La invitación a esta charla la acogí de manera entusiasta, jovial y alegre. El por qué de esta jovialidad, partía de una intuición urbana que solo podía darse en esta ciudad, a saber: ¡el grafiti puede ser la gran solución para Caracas!. Más adelante trataré de explicar esta temeraria afirmación, que puede pecar por publicitaria y aventurera, pero no es así, ya veremos.

Por otra parte, el temor que sentía, venía dado porque los temas que sugiere el título implica una denodada y agradable investigación y dedicación para anudar de manera armoniosa las relaciones del arte y la ciudad con grandes implicaciones entre éstas, en la política, la urbanidad y la ética aplicada o practicada en un espacio geográfico y simbólico en particular, a saber, Caracas, la “París de un piso”

Es por ello que mi intervención aquí será somera, a la manera de una invitación para un trabajo futuro más profuso, para problematizar y sugerir una mirada distinta al arte urbano en nuestra ciudad, al grafiti en particular.

El grafiti es una irrupción urbana que expresa un rompimiento de la normalidad, no solo visual en cuanto al paisaje de nuestra ciudad, sino sobre todo, mental, porque representa y es expresión de un rompimiento de nuestras maneras de concebir y practicar lo público, difuminando sus fronteras con lo privado, lo común y lo íntimo.

Desde este punto de vista no hay mejor frase que signifique al grafiti como la dada por Octavio Paz para referirse a la poesía “es un buen recurso para transgredir la monotomía y curar el insomnio”. Poesía y grafiti, quién lo diría, están más cercanas en realidad de lo que la normalidad puede aparentar. Ambas son expresiones emocionales y racionales que irrumpen ante un cansancio de lo mismo, ante un padecimiento insoportable, ante una ausencia que se cansó del encierro de la intimidad, de lo privado para dar paso a una voz hecha palabras (o grafismos) que grita para sí y para otros: presencia, existencia. Ambas, poesía y grafiti no benefician a la sociedad, utilitariamente hablando, por eso ambas son peligrosas, pues descubren lo verdadero y lo bello del mundo y lo muestran en su terrible desnudez.

El grafiti es importante y significativo no solo porque rompe la rutina visual de la arquitectura de la ciudad, sino también porque significa, a la vez que busca, un rompimiento en la rutina mental de aquellos que hacen ciudad, los ciudadanos, en nuestro caso, los caraqueños, constituyendo esta irrupción no solo una intervención estética, sino también una irrupción ética, pues busca decir lo no debido, lo in-decible, lo obseso y lo prohibido, proponiendo a su vez otra manera de asumir y vivir lo público. Lo que supuestamente no deberíamos estar cuestionándonos, lo cuestiona, lo dice, lo grita gráficamente a través de las caligrafías urbanas.

Si pudiéramos revisar las distintas capas de pintura que llevan los muros de Caracas podríamos apreciar la evolución de lo in-decible, y quién sabe si aquella frase lapidaria de José Ignacio Cabrujas para definir la identidad de Caracas al afirmar que: “…el centro de su enigma sea esa imposibilidad que tenemos los caraqueños de conocernos a nosotros mismos”, encuentre un final feliz, rompiendo tal enigma en las pintas, en las paredes, en la expresión que irrumpe, y no en los trabajos de investigación, en los libros, en las tesis. El enigma dejaría de serlo si los caraqueños comenzamos a mirar de manera distinta, con renovados ojos urbanos, las paredes, los muros, las fachadas de nuestra ciudad, y así, la conoceremos más.

Por otra parte, podemos decir sin temor a equivocarnos que el grafiti es una expresión anti-moderna. Pues la modernidad en arquitectura, plasmada en la Carta de Atenas de 1933, se debe y tiene que caracterizar por espacios limpios, lineales, enteramente útiles y funcionales. La higiene y limpieza de la arquitectura conllevaría a una higiene y limpieza en las costumbres de aquellos sujetos que la habitan. Brasilia y Puerto Ordaz son ciudades creadas bajo estos principios, son ciudades funcionales, útiles, pero enteramente in-humanas, sin atisbo de grafitis en ellas que le puedan dar esa calidez efímera de la presencia furtiva.

Pero no interesa en este apartado esas ciudades, sino de Caracas. Pero ella no escapa de este excesivo deseo de linealidad y pulcritud, sino todo lo contrario, la encontramos de una manera más fuerte e intensa. Caracas, a mi modo de ver, es la ciudad donde su identidad se encuentra en las diferencias, vivida y padecida de forma más patente e intensa que en cualquier otra. Es la ciudad que más se resiste a las improntas de la modernidad, a su excesiva ordenación de todos los espacios de la vida, a su monotonía que hiere, a la blanquitud de sus espacios, que pareciera fuera la blanquitud mental de sus habitantes, cuerpos dóciles e impersonales, cuerpos ausentes, sin presencia, sin identidad, en fin, demasiados normales, demasiados insomnes.

Es por ello que creo, ahora más firmemente, que en Caracas, cuando haya una voluntad de excesiva modernidad, de intensa ordenación siempre habrá una voluntad contraria o diferente. Frente a los bloques habitacionales construidos bajo la seducción de la modernidad siempre habrá un barrio que romperá esta linealidad. Frente a una costosa renovación urbana de los espacios públicos que buscan una limpieza visual de la ciudad, como en el centro o en el bulevar de Sabana Grande, siempre habrá un hábil y rápido buhonero que se burla de esta voluntad. Frente a las galerías y los museos que buscan restringir, administrar, ordenar, purificar el arte, siempre habrá una ciudad que recibirá con denodada alegría, o no, expresiones artísticas que escapen al encerramiento suntuoso de tales espacios. Frente a los códigos que se decreten o se escriban en torno a las “buenas maneras de comportarse en público” siempre habrá un indigente que use el papel del Manual para abrigarse o limpiarse, siempre habrá en nuestro trato con los demás un tuteo que rompa la distancia formal que imponen estas normas. Y, a nuestros efectos, frente a un diputado o una autoridad siempre habrá un Ergo, un Fe, un Bloke, un Dinamo, un Rie que nos recuerde nuestra caraqueñeidad plural, diversa, reaccionaria, deseablemente distinta, que frente a cualquier impulso de ordenación y normalidad habrá un impulso de igual intensidad de caos y anormalidad. El grafiti entonces es una expresión acabada de nuestra caraqueñeidad.

Finalmente, de una forma más directa y clara, cuando he afirmado que el grafiti puede ser “la gran solución para caracas” estoy hablando de la actitud, de la manera de mirar y caminar la ciudad que todo grafitero debe asumir para realizar su obra. Para grafitear hay que callejear la ciudad (caminarla, pedalearla), es una relación distinta al encerramiento de nuestros hogares, de nuestros trabajos, del metro y nuestros carros, distinta también al paso apresurado, insonme y mecánico de aquel que tiene que caminar la ciudad para trabajar exclusivamente.

El artista urbano, el grafitero, es un aventurero de la ciudad. Debe callejearla, explorarla para conquistarla, civilizarla a su manera. Debe agilizar el oído para escuchar más allá de lo literal, a ver más allá de lo permitido, a mirar las mismas esquinas, paredes y fachadas que todos los demás pero de forma distinta, estando en una actitud atenta, abierta, para escuchar a los muros de nuestra ciudad que gritan desde sus ranuras, fisuras y pintura desgastada, pues también quieren hacerse sentir, quieren tener presencia. Es la vivencia de un espacio relegado e ignorado, o excesivamente protegido. Este espacio re-vivido por el artista urbano es el espacio público. La ciudad se hace maleable y el grafitero se encarga de estar permanentemente atento a ella y de cambiarle constantemente sus colores, sus ropas, pues es un arte efímero.

La gran solución para Caracas sería entonces que el resto de sus habitantes asumiéramos una actitud de grafitero, más atento a nuestros espacios públicos con la voluntad de callejearla, caminarla, pedalearla y no de manera apresurada, sino atenta, descubriendo, redescubriendo sus espacios, su belleza en el caos, sus diferencias, aguzando el oído y viendo más de lo permitido.

Por Nelson De Freitas Licenciado en Ciencias Políticas y Administrativas por la Universidad Central de Venezuela (UCV), Maestrante en filosofía por la Universidad Simón Bolívar (USB), Creador de “Una Sampablera por Caracas”

Plataforma Urbana
14-11-2011

Recopilado por:
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