La casa de Ernest Hemingway en La Habana.
Desde los primeros días de la revolución La Habana no ha vivido una transformación como la que pronto llegará a sus barrios.
Las autoridades comunistas aseguran que a finales de año estarán ya en vigor unas nuevas leyes que permitirán a los cubanos comprar y vender propiedades inmobiliarias por primera vez en cinco décadas. Las casas que no han tenido una tasación de mercado en 50 años se convertirán de repente en activos.
En los anuncios en línea cubanos ya han empezado a aparecer propiedades con su precio en metálico: desde menos de 5.000 dólares por un minúsculo apartamento en La Habana hasta más de 120.000 dólares por una gran casa en uno de los distritos más codiciados de la capital.
Este tipo de anuncios supone un enorme cambio para un país en el que cerca del 85 por ciento de los cubanos son propietarios de sus casas, pero en donde el mercado inmobiliario se mueve mediante “trueques”.
Las nuevas medidas de liberalización supondrán que de manera instantánea millones de cubanos dispondrán de un potencial activo líquido, aunque las restricciones continuarán impidiendo la acumulación individual de propiedades.
Además, la medida aperturista probablemente acelerará una tendencia que ya está en marcha y que hace que las fuerzas del mercado reordenen los barrios en función de las diferencias económicas e incluso raciales.
Los barrios elegantes de la capital sufrieron su primer gran cambio tras la llegada al poder de Fidel Castro, en 1959, cuando las familias ricas y de clase media huyeron de la isla y sus casas fueron incautadas y reutilizadas por el Gobierno.
Algunas de esas casas se convirtieron en oficinas gubernamentales, escuelas o negocios estatales. Pero muchas de ellas fueron entregadas a familias cubanas que carecían de casa propia o habían estado viviendo en condiciones precarias. Aunque persistían las viejas divisiones y algunos distritos nunca perdieron su condición de elitistas, los barrios de La Habana pasaron a ser más heterogéneos, mezclando los límites entre razas, educación y profesiones.
Pero esos límites han comenzado a florecer lentamente de nuevo en los últimos 20 años, debido a los acuerdos inmobiliarios en el mercado negro. Esta tendencia se acelerará con las nuevas leyes, dice Mario Coyula, un arquitecto y urbanista que trabaja en La Habana.
“Se trata de dinero”, dice Coyula. “Hay una Habana con teléfonos móviles y coches coreanos, y hay otra de gente que camina y toma el autobús cuando puede”.
Los cubanos que ganan sueldos en divisas o reciben dinero de familiares en el extranjero podrán seguir buscando viviendas en los barrios más exclusivos de la capital, como Vedado y Miramar, dice Coyula, un alto cargo del Ejecutivo en las décadas de 1970 y 1980. Y las familias que no tienen efectivo, pero que son ricos en propiedades, gracias a la redistribución de la propiedad de Castro, se verán tentados a vender y trasladarse a las zonas periféricas más baratas.
Puesto que muchos de los cubanos que se fueron de la isla tras la revolución son blancos, sus remesas de dinero suelen ir mayoritariamente a familias de cubanos blancos, señala Coyula, lo que aumenta las posibilidades de que las desigualdades existentes en La Habana cobren aún mayor peso geográfico. Parece poco probable que los cubanos que viven en el extranjero puedan comprar propiedades directamente, pero muchos probablemente lo harán a través de familiares u otros intermediarios.
Las reformas de la propiedad también suponen el riesgo de generar “sin techo”, algo poco frecuente en el sistema socialista cubano, que teóricamente garantiza una vivienda a cada familia, aunque en la práctica no siempre es ese el caso. Algunas familias que necesiten dinero se podrían ver tentadas a vender su única casa. Aunque se establezcan leyes para evitar esas situaciones, los sobornos y el fraude están muy arraigados entre las autoridades cubanas encargadas de la vivienda.
Por otra parte, al comenzar a ver las viviendas cada vez más como un activo, también es probable que se impulse la rehabilitación y reparación de las dañadas joyas arquitectónicas de la ciudad. “La gente arreglará sus casas y las venderá, y la ciudad volverá a estar preciosa de nuevo”, dice Leonardo Leiva, un vecino de La Habana que está ayudando a una amiga discapacitada a encontrar a alguien interesado en cambiar su piso por otro en una planta baja.
Para ello, Leiva ha acudido al actual “mercado inmobiliario” de La Habana, un lugar informal de encuentro en el Paseo del Prado en donde los cubanos que quieren hacer un trueque cierran tratos que habitualmente implican algo de dinero bajo cuerda. Los que quieren intercambiar su casa cuelgan sus anuncios en papeles o cartones en los troncos de los árboles, o se pasean con anuncios caseros de sus viviendas.
Manuel Villanueva, un joven sacerdote de la Iglesia pentecostal dice que lleva tres años acudiendo cada sábado y todavía no ha encontrado un lugar que le sirva. Su congregación de 120 miembros ha crecido demasiado como para seguir reuniéndose en el pequeño apartamento de su familia. Los 3.000 dólares que tiene de presupuesto no le llegan ni por asomo para comprar una casa o un garaje lo suficientemente grande como para acoger a su creciente rebaño de fieles. “Estamos muy apurados. Pero las casas cuestan 50.000 dólares. Nunca en mi vida he visto esa cantidad de dinero”, se lamenta.
lainformacion.com
12-08-2011
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
Asesor Inmobiliario, de Seguros e Inversiones
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