Carlota parece ser una mujer con suerte, porque no envejece. Posee una belleza extraña y puede que muchas personas olviden fácilmente su rostro, porque es tímida y no le gusta causar una fuerte impresión. Sin embargo, para todo aquel que puede mirarla de verdad, resistiendo el embobecimiento que causan grandes apellidos, Carlota al menos merece una sonrisa. Tiene una espalda perfecta en la que cualquiera puede aterrizar cual pista aérea, es plana, sin más curvas que las dadas por la naturaleza (porque Carlota nunca se operaría), con una postura equilibrada y elegante. Desde siempre ha sido sobreprotegida, en la misma forma en que ha sido juzgada, es como esas jóvenes que no han dejado de parecer adolescentes, pero con las responsabilidades de una adulta.
La verdad es que no me parece que tenga tanta suerte, sus vecinas (que se creen muy santas) Mercedes, Martha y Sofía, temen que emparente con algún indígena de la zona aunque sea un cacique y se creen con derecho sobre ella, sobre el color que mejor le va a su cuerpo sin grasa, sobre lo intensa que debe ser su mirada cuando se fija en la autoridad y sobre los amigos que puede tener. Por eso Carlota está cansada de ser vigilada, de que su castidad sea custodiada y defendida con armas, de no poder enamorarse y conocer algo más que hombres de uniforme. Quiere asomarse a la ventana, conversar con gente, tomar flores del rosal, hacerse amiga de la familia Ruiz, andar descalza, aprender a montar bicicleta, escuchar música a todo volumen, quedarse en silencio, invitar a gente a cenar, servir de hombro cuando el cielo llora, levantarse despeinada en la mañana, soltar la carcajada ante una caricia inesperada, y dejarse tocar, porque para decir las cosas como son, lleva mucho tiempo esperando que alguien le meta mano.
Carlota quiere dejar de lado su timidez, usar ropa interior de encaje y que alguien quiera mirarla, que le digan cosas bonitas y se las hagan creer. Quiere ser alguien distinto cada semana si le da la gana, estar expuesta en cada centímetro al reflejo del cielo, desnudarse (tal vez no literalmente) para mostrarse como es, quiere perder un poco el miedo a la autoridad y tener voz propia, ¡y quiere respeto! Respeto por sus sueños, por su vocación y por su personalidad. Quiere estar ahí para todo el mundo, que no se le prohíba con quien hablar y con quien estar, pero no quiere que abusen de ella, ni que la codicien como a la mujer del prójimo.
Pienso que Carlota quiere crecer, mostrarse al mundo como algo más que una chica de espalda erguida, maquillarse de vez en cuando, ser quien hace las preguntas, quien capte todas las miradas de la estancia, y al mismo tiempo quien libera a los apresados por paradigmas inútiles, donde el norte solo puede estar en una parte. En fin, para mi Carlota lo que quiere es emanciparse, derrumbar los muros dentro de la cual han confinado su espíritu y dejarse llevar, dejar que la vida pase y ella pueda ser partícipe de ella, porque Carlota lo que quiere ser es ¡ella misma! Y el problema está en que nadie la conoce.
mdu@unimet.edu.ve
El Universal
16-07-2012
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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