RICARDO GIL OTAIZA
Me correspondió por gentileza de la familia Celis Vargas, hacer la presentación en los espacios de la Academia de Mérida del libro póstumo La Ciudad que yo Viví (2017), del merideño Bernardo Celis Parra. Este 8 de febrero había gran expectación en el ambiente, y cuál no sería la sorpresa de todos los académicos ver que la asistencia al acto sobrepasó las 220 personas. Quizá nunca se había dado una circunstancia semejante en nuestra institución, ya que la gente suele ser reacia a apartar de su tiempo para conocer de una obra literaria un día miércoles a las 4 pm. Pero a mí me impactó, no tanto el número de asistentes (no cabía un alma como solemos afirmar), sino el cariño, la estima, el calor humano que nos arropaba, para hacer de ese evento, no digo yo una presentación de un libro importante de un magnífico y queridísimo amigo, sino el gran homenaje que la figura de Bernardo Celis-Parra merecía de sus coterráneos, siendo como fue: una figura estelar, un benefactor de su ciudad y de su región, a las que amó hasta su último aliento.
Leí con verdadero deleite La Ciudad que yo Viví y pude conocer de la mano de un protagonista de primer orden, como lo fue nuestro inolvidable amigo, los episodios más resaltantes de la ciudad de Mérida en las últimas siete décadas. El libro es un libre ejercicio de la memoria, en el que se nos narra con prosa elegante y segura hechos, circunstancias y situaciones vividas por el autor (recordemos que fue con acierto un connotado político, gobernador, parlamentarista, empresario, narrador, ensayista, cronista, historiador y pintor), y que reflejan a cada instante el cotejo entre el idílico pasado de una ciudad exquisita, acariciada por su extraordinario entorno natural, educativo, religioso y cultural, y el presente signado por el lamentable deterioro que constatamos a diario en la calle. Celis-Parra nos abre su corazón en estas extensas y emotivas páginas y nos muestra su lado humano, sus anhelos de muchacho rebelde, sus proyectos de hombre ganado a las grandes ideas, y sus conclusiones de adulto mayor ya de regreso de los caminos de la vida. Ante mis ojos atónitos se abría un amplio espectro de sucesos que de alguna manera complementaron mi visión acerca de la ciudad que perdimos, y al mismo tiempo se forjaba en mi interior la esperanza de un futuro mejor, siempre bajo la égida de las generaciones presentes (y de las que vendrán), que estamos obligadas por la fuerza de las circunstancias regresar a Mérida a su condición de ciudad segura, hermosa, culta, reflexiva, académica y turística.
Desde que tuvimos amistad, Bernardo siempre me sorprendió gratamente y sin ostentación ni alardes. En esta última oportunidad lo hizo también: tuvo la deferencia de mencionarme varias veces en su obra, lo que me conmovió profundamente. Nuestra amistad, aunque breve en el tiempo (apenas 11 años), trascendió la temporalidad. Con él sentía (parafraseando a Pausides Reyes) que era un viejo amigo al que había conocido tarde, pero eso no impidió que la amistad se consolidara y se hiciera entrañable. Su portentosa visión de la ciudad y del país, habida cuenta de su vasta formación política y su exquisita cultura, me permitieron el cotejo entre lo libresco y la realidad, regalándome luces y claroscuros que enriquecían a cada instante nuestras conversaciones y análisis. Su lucidez y su brillo intelectual eran regalos que yo recibía con agradecimiento y con mente abierta. Definitivamente: era un gran maestro: sin vanagloria ni soberbia. Todo en él era sencillez y cordialidad. Me tenía mucho cariño, y él sabía que el sentimiento era retribuido. Bienvenidas sean sus espléndidas memorias.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
El Universal
23-02-2017
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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