Casa abandonada
La migración masiva de venezolanos deja huellas; sus cascarones vacíos. Las familias se van del país sin vender la casa, bien porque la contracción del mercado inmobiliario ha hecho que escaseen los compradores o porque prefieren dejarla como una raíz segura para cuando puedan volver. Las casas abandonadas se multiplican en algunas urbanizaciones de Caracas y los vecinos, los que quedan, empiezan a lidiar con intentos de invasiones, maleza e insalubridad, un fenómeno que el arquitecto Lorenzo González llama osteoporosis urbana
DIANA SANJINÉS
DSANJINES@EL-NACIONAL.COM
No hay señales de vida. Como si fuera una alfombra, el polvo se adhiere al suelo. El reloj de la pared exhausto de tanto tic tac se congeló a las 10:00. Los muebles cubiertos por sábanas perdieron su personalidad. Los cuadros que adornan las paredes de la sala ya no crean armonía. Un débil bombillo prendido en la entrada simula la sensación de compañía. La casa inhabitada espera en el deterioro a nuevos dueños.
Hace un año Andrés Figueredo (nombre cambiado por petición de la fuente) emigró con su familia a Miami. Una decisión arriesgada, pero necesaria para encontrar calidad de vida y futuro para sus hijos. Más allá de dejar a sus amistades y seres queridos, se topó con la gran interrogante de qué hacer con su casa, aquella estructura de aproximadamente 300 metros cuadrados que cumplió su función de hogar mientras estuvieron en su tierra natal. Venderla sería la opción más apropiada, pero el proceso no sería tan sencillo como pensó.
A pesar de estar ubicada en una buena zona de la parroquia San Pedro, al este del municipio Libertador, después de casi 12 meses no ha conseguido comprador. La espera de un intercambio económico, preferiblemente en otra moneda, ha conllevado una serie de riesgos y preocupaciones. Hace cuatro meses entraron a robar, por fortuna no consiguieron objetos de valor; lo único que queda entre esas paredes son recuerdos de una familia que emigró. Las consecuencias fueron mínimas, pero el miedo de una invasión seguirá latente hasta que se encuentren nuevos dueños. Mientras tanto, un familiar que reside en Caracas visita con cierta regularidad la vivienda de los Figueredo para asegurarse de que todo esté en orden.
En esa misma calle y dentro de la urbanización, otros propietarios corren el mismo peligro. Aproximadamente 9 casas están vacías y en venta. Los precios están entre los 400.000 y 500.000 dólares. Los vecinos, los que se quedan, han asumido una doble tarea: cuidar su casa y la de al lado.
Riesgo de invasión. Para Adelicia Fajardo, vicepresidente de una asociación de vecinos del municipio Sucre, dejar en el olvido una vivienda supone un problema serio para toda la comunidad, debido a que equivale a tentar a los delincuentes. “Hablar de esto es delicado. Últimamente se han incrementado los robos en la zona y al día ocurren entre dos y tres situaciones irregulares. Los vecinos nos mantenemos alerta y hemos reaccionado rápido cuando se han presentado intentos de invasión”, afirma.
En su urbanización varias familias emigraron y dejaron sus residencias al descuido, por lo que la falta de atención es notoria. La lluvia hace su trabajo sobre la maleza que empieza a cubrir los muros de protección, algunos enmohecidos, porque no hay quien invierta sus utilidades en pintar la casa. Los vecinos, que en su mayoría se conocen desde hace más de 30 años, resguardan como agentes de seguridad sus calles, pero ciertas acciones se les escapan de las manos. Una pareja se marchó a Europa hace más de un año y en octubre entraron a robar en su domicilio dos veces seguidas. Fajardo señaló que se le informó a la familia sobre lo acontecido, que la policía investigó el caso y que a partir de esos hechos se tomaron medidas severas en la comunidad para evitar que ocurra lo mismo en otra vivienda.
“El control prevalecerá mientras se sigan las recomendaciones pertinentes: avisar a los vecinos, no dejar todas las luces prendidas, contactar a alguien para mantener las áreas verdes que sean visibles y si es posible tener a una persona de confianza que visite constantemente la propiedad”, explica la dirigente vecinal. Este es un pequeño manual de instrucciones para emigrar sin la casa.
El miedo de los miembros de la comunidad persiste por los constantes intentos de ocupación de espacios abandonados que se producen en todo el país. El domingo 6 de noviembre, en El Paraíso, Vicente Zaccaro fue testigo de cómo un grupo de personas trató de invadir la antigua sede de la Unidad Educativa Paraíso, patrimonio cultural de la Unesco. La intención del grupo, que se identificaron como miembros de la “Comunidad Socialista Villa Betel”, de El Valle, era establecer sus viviendas en la institución.
Dirigentes políticos como el diputado a la Asamblea Nacional, Richard Blanco, estuvieron en el lugar para mediar con los invasores y servir de apoyo a los residentes de la zona que protestaban. “Los vecinos estaban muy molestos. Trancaron la avenida Páez y no se querían ir hasta que sacaran a las personas del colegio. Pienso que la presión que ejercieron fue lo que hizo que los cuerpos de seguridad actuaran de inmediato y evitaran la invasión permanente”, dijo Zaccaro.
Condominios en mora. “Me voy de vacaciones” y esas vacaciones se convierten en dos o tres años. Este es el método que algunos propietarios usan para irse del país sin dejar sospecha de que su hogar quedará a la deriva. Marco Tulio Castro, miembro del consejo comunal de Los Palos Grandes, comenta que por miedo las familias prefieren reservarse el dato de que emigrarán y su vivienda quedará sin ocupantes.
“Ni los consejos comunales ni los condominios sabemos exactamente cuántas casas están en esta situación. Las familias le dejan la llave a una persona de confianza para que prenda las luces o entregan el inmueble a una agencia de bienes raíces. Los vecinos que quedamos nos organizamos a través de grupos de Whatsapp y, para no sentirnos tan vulnerables, hemos instalado cámaras de seguridad y utilizamos radios internas”.
Los inconvenientes que ocasiona una casa deshabitada en una comunidad no se limitan a la seguridad, también recaen en aspectos económicos. Elías Santana, promotor comunitario y directivo del sitio web micondominio.com, reconoce que las familias que abandonan el país y no alquilan o ceden sus viviendas por temor a perderlas generan graves problemas a las finanzas de los condominios: “Mes a mes dejan de pagar y crean una mora considerable que perturba la administración y el incumplimiento de obligaciones. A veces es difícil e incluso imposible localizar al propietario y motivarlo a ponerse al día”.
Juan García, habitante de una zona residencial en Valencia, junto con sus vecinos, atraviesa por esa situación en este momento. El edificio en el que vive tiene 11 apartamentos y en un año se fueron del país 6 familias. “Esto nos afecta directamente en el mantenimiento del edificio, porque lo poco que podemos recaudar con los que quedamos se nos va en temas de limpieza nada más. También, al haber menos familias se afecta nuestra calidad de vida como comunidad en términos de ayudas y apoyos entre vecinos”.
De los seis apartamentos que están vacíos, uno está completamente abandonado. Desde hace año y medio no tienen contacto con el propietario ni con ningún familiar. Con el resto de los vecinos que emigraron les cuesta ponerse de acuerdo para que paguen la morosidad. “Nos dicen que saben que tienen que contribuir, pero que ellas yo no viven aquí”. Y también para resolver asuntos domésticos como la obstrucción de una tubería en uno de los apartamentos vacíos. “Tardamos dos días en contactar al dueño y durante ese tiempo tuvimos que cerrar la llave del agua de todo el edificio porque se estaba botando por las escaleras”.
García señala que la única garantía que les da la ley en estos casos es que para concretar las ventas de los inmuebles los propietarios deben estar al día con el condominio, mientras tanto la morosidad sigue creciendo.
Familia ante que desconocidos. En diciembre de 2013 Helí Regalado se mudó a Vancouver, Canadá. Seis meses después, en junio de 2014, sus padres tomaron la misma decisión. Su apartamento en el municipio Chacao quedó vacío. Adaptarse a un nuevo estilo de vida fue complicado. Pasar de una ciudad tropical a una que puede llegar a dos grados centígrados fue un reto. El estudiante de Ingeniería Informática de la Universidad Católica Andrés Bello dejó la carrera a medias y se fue con la intención de construir un futuro sólido. Tres años después, es programador de videojuegos, vive alquilado en un apartamento y está haciendo una pasantía en Electronic Arts, una compañía de videojuegos estadounidense.
Su intención siempre fue formarse para regresar al país, por lo que vender el apartamento de sus padres nunca fue una opción. “Queremos conservarlo por si se presenta una emergencia y debemos ir a Venezuela, por si queremos ir de vacaciones o por si un milagro permite que las condiciones mejoren para volver y tener donde vivir”, asegura.
Durante seis meses nadie lo ocupó. Su abuela iba de vez en cuando a revisar que todo estuviera bien y si necesitaba ayuda con algo acudía a uno de los vecinos más confiables. Alquilarlo era una alternativa repleta de temor. Tener extraños en su hogar nunca fue atractivo para la familia Regalado, pero sí sintieron que lo ideal era dejar a una persona de confianza permanentemente.
Hace un año y medio uno de sus tíos tuvo problemas económicos y su rutina diaria se ahogaba en deudas. Como un intercambio de mutuo beneficio, acordaron que podría vivir en su apartamento de Chacao sin ningún problema mientras estuvieran en Canadá. Lo ayudarían a pagar el condominio o los gastos varios y él se encargaría de mantener el domicilio en buen estado.
Algunos emigrantes, como los vecinos de calles con casas abandonadas, también mantienen dos casas: en la que viven y la que dejaron.
Sigue siendo un hogar. Las dificultades económicas que gran parte de los venezolanos experimentan obligan a algunos a optar por trabajos fuera de la frontera y dejar inesperadamente su país y su vivienda. Es el caso de Ricardo Hernández, un margariteño que se aventuró con su esposa un año en Panamá para ahorrar dólares y que tuvo que dejar su apartamento solo y en silencio.
“Nos fuimos el 6 de julio de 2015 y regresamos en diciembre a pasar Navidades con la familia porque en Panamá no podíamos quedarnos como turistas por más de seis meses. El 6 de enero de este año nos volvimos a ir hasta el 20 de junio. Durante ese tiempo preferimos no decir nada en nuestro conjunto residencial para no hacer nuestra ausencia tan evidente, solo lo sabía el presidente del condominio para que nos avisara si ocurría cualquier eventualidad. Le dejamos a nuestra familia tres juegos de llaves para que pasaran una o dos veces a la semana a revisar que todo estuviese bien y para que nos ayudaran con el mantenimiento de nuestro hogar, pero el miedo de que pudiese pasar algo o de que invadieran el apartamento siempre estuvo latente, afortunadamente todo transcurrió con normalidad”.
Hernández se graduó como licenciado en Administración y trabajó nueve años en el Grupo BBVA Provincial, mientras que su esposa se desempeñó como abogada durante siete años en el Tribunal de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes del estado Nueva Esparta. En Panamá, de profesionales pasaron a ser trabajadores informales. Él como auxiliar de electricidad y cajero de estacionamiento en un centro comercial; ella como manicurista. Un sacrificio necesario para conseguir el ideal de vida que desean.
“Irnos no es lo que queremos, luego de estar un año afuera te das cuenta de que no hay lugar en el que más desees estar que en tu país, en tu casa, pero somos un matrimonio joven con aspiraciones y sueños, anhelamos una seguridad y estabilidad para poder agrandar nuestra familia en el futuro”. La pareja, aunque mantiene el deseo de quedarse en el país, planea emigrar el próximo año y solo si es muy necesario pondrán en venta el apartamento; de lo contrario, prefieren conservarlo.
Tertulia en las inmobiliarias
Aquellos emigrantes que deciden vender su propiedad deben contratar a un agente de bienes raíces que se encargue de todo el proceso. María Di Lorenzo, gerente de la agencia de Century 21 ubicada en El Paraíso, asegura que mientras exista un poder notariado que le asigne a un familiar o conocido la facultad para actuar como el vendedor las complicaciones son menores. “Si el dueño de la casa tiene todos los papeles al día y deja un apoderado, la venta es factible; el problema es que no hay liquidez, no hay dinero y encontrar al comprador puede llevar mucho tiempo”.
Di Lorenzo calcula que en lo que va de año las ventas han disminuido más de 50%. Agrega que generalmente cuando se acercaba diciembre las personas invertían y solicitaban créditos hipotecarios de hasta 75% el precio del inmueble, lo cual ayudaba mucho a concretar las ventas, pero en la actualidad los créditos que otorgan los bancos son de máximo 2 millones de bolívares, que alcanzan, apenas, para comprar una nevera.
“También ocurre este fenómeno: la gente que necesita vender con urgencia su vivienda disminuye el precio por desesperación para venderlo más rápido. Antes se aumentaba el precio a cada rato, ahora sucede lo contrario. Al mismo tiempo, la subida constante del dólar conlleva a otro problema para los que no están apurados en vender y están estables financieramente: los precios se modifican y se dificulta llegar a un acuerdo”, señala Di Lorenzo.
Diliana García, gerente en la sucursal de El Rosal de la misma inmobiliaria, comenta varias anécdotas con clientes que reflejan parte del fenómeno migratorio que vive el país. “Un chico que desde hace cinco años tiene en venta su apartamento en El Rosal no ha podido concretar la transacción porque su cédula se venció y desde el país en el que está no puede sacársela. Un propietario que vive en España dejó a su sobrino como apoderado, pero como el joven no está interesado en vender la casa que se encuentra en La Trinidad siempre pone excusas para evitar asistir a las citas con los posibles compradores. El dueño de un apartamento en El Paraíso se mudó a República Dominicana y por su trabajo viaja a zonas sin Internet, le enviamos ofertas, pero como tarda en responder se caen. Como estos tres casos hay muchos. También sucede que la mayoría de mis clientes en el exterior no dejan a una persona apoderada y este año se les ha dificultado más venir a Venezuela para vender su vivienda”.
García, al igual que Di Lorenzo, asegura que algunos dueños bajan entre 15% y 20% el precio de su inmueble para concluir la compra. Agrega que no discrimina por zonas la cantidad de casas vacías en venta, ya que en los dos municipios que cubre (Chacao y Libertador) el fenómeno se repite por igual.
El Nacional
20-11-2016
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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Asesor Inmobiliario, de Seguros e Inversiones
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Esta es la realidad inmobiliaria que se vive en Venezuela.
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