RICARDO GIL OTAIZA
Este domingo 9 de octubre, cuando la ciudad de Mérida se aprestaba a celebrar sus 458 años de fundada (hecho consumado, como se sabe, por el capitán Juan Rodríguez Suárez, en el sitio llamado Jamuén, en las cercanías de lo que hoy conocemos como Lagunillas), esta urbe gentil y culta, cuna de eximios personajes, sede de una de las más importantes universidades del país y de América Latina, recibió dos estupendos regalos que la llenaron de inmensa alegría. Muy temprano en la mañana conocimos a través de los medios que el Sumo Pontífice, el Papa Francisco, incorporó en la lista que llevará a consistorio a mediados de noviembre, el nombre de nuestro arzobispo, Monseñor Baltazar Enrique Porras Cardozo, como recipiendario de la dignidad cardenalicia. La noticia electrizó a la ciudad, ya que este dignatario eclesiástico goza del cariño y del respeto de la ciudad, a la que se ha entregado como digno pastor durante veinticinco años y a la que ha legado una obra escrita en el campo de la historiografía y la teología, reconocida en disímiles contextos académicos dentro y fuera del país. Además, y como si esto fuese poco, es cronista de la ciudad, develando semana a semana a través de los medios los hechos más resaltantes que la impactan desde disímiles áreas, convirtiéndose así en un profundo conocedor y amante de su profuso devenir. La ciudad agradecida lo ha distinguido al incorporarlo como Individuo de Número de la Academia de Mérida: corporación joven, pero cuya proyección y pertinencia la han exaltado como a una de sus más relevantes instituciones.
El segundo regalo lo recibió Mérida de manos del querido y admirado amigo, Dr. Alfredo Morles, académico de la Universidad Católica Andrés Bello e Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, quien fuera esposo de Delia Picón, hija del gran escritor merideño Mariano Picón-Salas, lamentablemente fallecida. En nombre de su difunta esposa el Dr. Morles regaló a Mérida una estatua pedestre de tamaño natural del ilustre hombre de letras, la cual fue entronizada en la redoma ubicada en la parroquia de Milla, avenida universidad, en la entrada norte de la ciudad, en donde años atrás estuviese también un busto del autor, el cual desapareciera tiempo atrás sin que se supiera de su paradero, no sin antes sufrir los rigores del hampa. La nueva estatua en bronce nos muestra a Don Mariano de pie, elegantemente vestido con traje y corbata, con la mano derecha levantada como si se dirigiera a un público, y en la izquierda lleva un libro. Asombroso el parecido que muestra la estatua con la imagen que se nos presenta del siempre risueño ensayista, narrador y biógrafo, que partiera de su ciudad natal una fría mañana para adentrarse en los caminos del mundo, y que describiera de manera magistral (no sin nostalgia) en su novela Viaje al amanecer.
Mariano Picón-Salas y Tulio Febres Cordero son íconos de la ciudad. Ojalá y esta buena racha de Mérida se traduzca en la reubicación del busto del segundo en un lugar digno de su figura. Así también se hace perentoria la refacción de los mausoleos de ambos escritores, que podrían constituir, como acontece en países de mayor tradición cultural, centros de peregrinaje de turistas ansiosos por conocer los sitios en donde reposan los restos de sus ilustres personajes.
Enhorabuena para la Mérida eclesiástica, letrada, educativa, histórica, intelectual y cultural por estos dos grandes regalos. Un abrazo al buen amigo Monseñor Porras, dentro de poco: Su Eminencia Baltazar Cardenal Porras por tan merecido reconocimiento. Y mil gracias al Dr. Alfredo Morles por su significativo obsequio. La ciudad no olvidará su desprendimiento.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
El Universal
13-10-2016
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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