Los cambios en los nombres con frecuencia son producto del proceso de la historia del lugar.
MARÍA EUGENIA CLAVIER
Las ciudades tienen nombres completos, formas cortas que a veces son casi diminutivos y hasta apodos. Los elementos de la ciudad, sus calles, esquinas, plazas, parques, hitos, también tienen denominaciones oficiales y otras no tanto. Pasa en todas partes, en todo el mundo, pero podríamos centrarnos sólo en ejemplos venezolanos.
Santiago de los Caballeros de Mérida, es Mérida; una comprensible forma corta, como otras muchas reducciones del nombre oficial a su parte más significativa, usualmente por comodidad. Así, el Paseo Campo de Carabobo, al sur de Valencia, es el Campo de Carabobo, lugar de la decisiva batalla independentista. El Puente Colonial 4 de mayo de 1810 en La Asunción, es el Puente Colonial o el Puente Viejo. Aunque ya este último podría pasar a la categoría de apodo o sobrenombre, como llamar a Barquisimeto la ciudad de los crepúsculos, a Maracay la ciudad jardín o a San Cristóbal la ciudad de la cordialidad, que se han convertido muchas veces en eslogan y se usan para promoción.
En Petare la calle Lino de Clemente hubo un tiempo en que fue conocida como la calle de los baños porque era la vía que se usaba para bajar hasta las playas del río Guaire donde era posible bañarse. Esta anécdota nos habla de una época en que el medio ambiente en todo el valle era algo muy diferente a lo que conocemos hoy.
La esquina de Padre Sierra, en Caracas, debe su nombre al sacerdote Don José de Sierra quien vivió allí en el siglo XVIII. Como este, hay un origen para cada denominación de las esquinas de las cuadras que parten de la Plaza Bolívar y que aún se utilizan para dar direcciones en el centro de la capital: De Miracielos a Hospital, de Marrón a Pelota o en la esquina de Sociedad.
Los cambios en los nombres con frecuencia son producto del proceso de la historia del lugar, a veces con razones que podemos entender, incluso si no compartimos, aunque otras parecieran ser el capricho de una persona que en un momento dado ostentó el poder suficiente para tomar esa decisión. Algunos podríamos desear que Ciudad Bolívar se siguiera llamando Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco, aunque podamos entender el deseo de homenajear al Libertador, y para muchos la montaña que domina el paisaje caraqueño sigue siendo, sencillamente, El Ávila.
La Plaza La Sorpresa en Puerto Cabello, pasó a llamarse Plaza Juan José Flores, buscando resaltar valores históricos y a un prócer local. ¿Alguien recordará cuál era la razón de la sorpresa original? Hace unos días en esta misma columna, Fran Suárez pedía no acabar con la memoria urbana, mantener el piso que nos da la historia de dónde venimos y dónde vivimos. Lo suscribo, y agradezco a todos los cronistas que con esfuerzo, a veces muy solitario, tratan de mantener y reivindicar las historias de los centros urbanos.
Hay nombres que se van perdiendo, y con ellos la memoria de hechos y personajes, hay otros que ya pocos conocen y hasta se duda si existieron o solo eran anécdotas de la tía o el abuelo. Todos, incluso los arbitrarios, representan un trozo de historia, la historia que cuentan los nombres en la ciudad.
Universidad Metropolitana
Coordinación de Diseño Urbano
mdu@unimet.edu.ve
El Universal
19-07-2016
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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