JOSÉ LUIS MÉNDEZ LA FUENTE
La realidad social de nuestros países latinoamericanos se presenta a través de un lente tan poderoso como lo es el cine, la más de las veces de forma cruda, incluso de manera exagerada para algunos. Sin prostitución, drogas, torturados políticos y sicariatos, un lenguaje tosco y vulgar, ningún film iberoamericano puede jactarse de serlo. Quitarse esa etiqueta de encima es difícil, pues así nos perciben afuera.
Percepción magníficamente recogida en "Carta poco corta para un largo", del libro "Los amigos míos se viven muriendo (y otros relatos)", del colombiano Luis Miguel Riva. Allí, Eusebio y José, dos cineastas, en correspondencia dirigida al gerente del Centro Financiero Nacional, cuentan lo siguiente: "Le hablamos del proyecto y nos preguntó si la película tenía torturados políticos. Con toda sinceridad le dije que no. Permaneció en silencio un momento y dijo que no importaba, que de todas maneras la realidad de los jóvenes sicarios en las ciudades colombianas era un tema de mucho impacto. Hablando lentamente en español le aclaré que en nuestra historia no había sicarios. "¿Entonces de qué trata?", preguntó con menos entusiasmo, y yo le dije que era una historia sobre la infancia, las aventuras de tres niños de un barrio popular. "¿Y cómo van a tratar el tema del hambre?", volvió a preguntar, ahora sin tanta amabilidad y yo le volví a hablar en un lento español diciéndole que en la película no había hambre. "Entonces no es una película latinoamericana". "Sí lo es", dije en lento español. "No lo es", dijo el noruego, sin ninguna amabilidad ni entusiasmo, "es una película europea y de esas hacemos muchas aquí todos los años".
Una muestra de la visión actual sobre nuestro país, nos la entregó en días pasados la premiada serie de televisión Homeland de la que el propio Barack Obama se ha declarado fanático, tal vez movido por la realidad de su trama, la que muy bien pudiera darse en sus propias narices, sin darse cuenta. En ella, un oficial de la marina norteamericana, prisionero durante más de 7 años en Irak, regresa a su país como héroe de guerra, sin que nadie sospeche, salvo una agente de la CIA, a la postre la coprotagonista, a quien algo no le cuadra en toda la historia de su repentina reaparición. Brody el pelirrojo marine convertido al Islam durante su cautiverio, deviene en el desenvolvimiento de la serie en un agente de Al-Qaeda, organización que por medio de una célula activa en EEUU ejecuta un atentado contra la CIA, como resultado del cual ésta queda diezmada, al ser asesinada la mayor parte de su tren ejecutivo y más de doscientas personas en total. Así termina la segunda temporada.
En la tercera, que se acaba de estrenar, Brody el terrorista más buscado, ha tenido que salir huyendo de su país, no obstante que la agente de la CIA, Carrie, sobreviviente al atentado, lo cree inocente. Pero su destino, como cualquiera esperaría, no es un lugar del Medio Oriente, sino uno mucho más próximo, las costas de Catia la Mar, Venezuela, donde los caraqueños acostumbraban disfrutar los fines de semana entre playa y pescado frito. Concretamente, Brody es llevado a la Torre de David, esa barriada vertical en que se transformó lo que sería el segundo edificio más alto de Venezuela, y el símbolo de Confinanzas, convertido ahora en los escasos sesenta minutos que dura el tercer capítulo de la serie, en el icono de nuestro país, desplazando así a las emblemáticas Torres de El Silencio y a las piruéticas autopistas de El Ciempiés o de La Araña, tema de las postales turísticas de antaño.
Quienes vieron, en todo el mundo, ese capítulo donde además aparece una mezquita formando parte, quizás por primera vez, de nuestro paisaje urbano, así como el anterior, en el cual un agente federal viene a Caracas a eliminar a un banquero, quien junto a otros cinco líderes terroristas conforman la red internacional responsable del ataque a la CIA, quedaron con una imagen de Venezuela que tal vez desconocían o que incluso desentona. Al menos, así lo cree el Sistema Bolivariano de Comunicación e Información que terminó catalogando el resultado de la recreación escenográfica de una construcción abandonada de Puerto Rico, como una distorsión de la realidad venezolana.
Antes de aparecer en Homeland, la Torre de David, ya fue objeto de análisis y estudios sociológicos de urbanistas y artistas, como Urban Think Tank o Ángela Bonadies, resultando ciertamente la expresión social de una Venezuela donde todos aquellos elementos de la cinematografía latinoamericana están presentes.
Uno de los significados posibles de "Homeland" es patria y quien niega que la Torre de David no es la patria de las más de mil familias que aún viven en ella, después de la invasión del 2007. Quien siembra vientos recoge tempestades, y lamentablemente esa es la postal de nuestro país que, después de quince años de chavismo, se recibe en el exterior, gústenos o no.
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El Universal
30-10-2013
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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