jueves, 8 de noviembre de 2012

Caraqueños viven en la orfandad


El ciudadano debe soportar los abusos sin ninguna instancia a la cual acudir

La entrada a San Bernardino por la Cota Mil (arriba, izquierda) se cierra a cada momento sin ningún aviso previo, y también se ha vuelto común ver calles cerradas a pleno día, sin motivo aparente y sin que se brinde ninguna explicación al usuario (arriba). En el Metro (izquierda), los retrasos sin explicación ya se han vuelto parte de la cotidianidad para quienes deben utilizar este medio de transporte.
JAVIER BRASSESCO
Ayer en la mañana la rotura de un riel provocó fortísimos retrasos en el Metro, aunque al usuario no se le ofreció ninguna explicación sino tres horas después de que había sucedido.

Los retrasos por cualquier motivo son más la regla que la excepción en la cotidianidad del caraqueño, que parece estar a merced de las autoridades, en vez de ser servido por ellas.

Los ejemplos sobran: al mismo tiempo que tenía lugar el congestionamiento en el Metro, ayer una gigantesca grúa cerró durante horas la calle que baja desde la avenida Libertador hacia la estación Plaza Venezuela, mientras que el acceso a San Bernardino desde la Cota Mil fue trancado a media mañana, pues los obreros que desde hace tres meses trabajan allí sustituyendo unas tuberías lo cierran a cada momento sin ningún aviso y a cualquier hora.

Cerrar calles y accesos en una urbe en donde cada persona pierde en promedio un mes al año en el tráfico se ha convertido en la cosa más común del mundo. A veces son las protestas, a veces los militares que cuidan Miraflores quienes cierran (sin horario, sin aviso) la conexión entre la Av. Urdaneta y la Sucre. O, si no, son las obras de la Misión Vivienda que toman las aceras para depositar materiales o mezclar cemento, así como canales de circulación. El tiempo del caraqueño no parece importarle a nadie.

La peor versión de nosotros

El sociólogo Francisco Coello cree que este desdén de las instituciones hacia el ciudadano , quien se ve afectado por las medidas que toman, es una extensión de uno de los rasgos negativos del venezolano: la incapacidad de ponerse en el lugar del otro: "Es igual que el vecino que pone música hasta altas horas de la noche o el que tiene un perro que está todo el día ladrando en el apartamento. Este gobierno representa la peor versión de nosotros mismos".

Además, llama la atención sobre uno de los aspectos más graves de la situación: la orfandad en que viven los habitantes de esta ciudad, la inexistencia de instancias efectivas a las que acudir: "¿A quién le reclamas que llegaste dos horas tarde a tu trabajo por culpa del Metro, o porque no limpiaron un drenaje y se formó una cola espantosa, o porque alguien protestó y le dio la gana de cerrar una calle? Y encontrar un policía, o un fiscal, cualquier autoridad de calle, puede ser la tarea más difícil del mundo si no estás en una zona céntrica".

A eso se agrega la descoordinación entre las diferentes alcaldías y el hecho de que hayan eliminado en la práctica al único ente coordinador que existía (la Alcaldía Metropolitana) porque fue ganada por un opositor al oficialismo.

El resultado es una ciudad cada vez más disfuncional en donde va creciendo eso que los sociólogos llaman la "desesperanza aprendida", una defensa psicológica para enfrentar debacles sociales: no esperar nada bueno, refugiarse en la vida privada olvidando la pública.

Por su parte, el arquitecto Víctor Artís siente que "este régimen ha llevado al extremo uno de los defectos de la administración pública en las últimas décadas: la falta de planificación".

"Asfaltan la Panamericana en la mañana, instalaron un cable de fibra óptica en la vía entre El Hatillo y La Boyera y las obras las llevaron adelante en pleno día. No es solo que no les importe el tiempo del otro, sorprende además que no piensen en que esas son horas de trabajo que el país pierde".

EL CIUDADANO COMO CÓMPLICE

Cuando se habla de la mala calidad en los servicios públicos o del tiempo que cada caraqueño pasa en el tráfico, hay un aspecto que suele soslayarse: la responsabilidad del propio ciudadano.

El ingeniero Daniel Quintini cree que más allá de las justificadas quejas que cualquier usuario puede tener en cuanto al Metro (por hablar de un servicio que se presta con deficiencias), hay una pregunta que cada quien debe hacerse con la mano en el corazón: ¿Estamos dispuestos a pagar el precio justo por el pasaje en el subterráneo?

En general cree que el venezolano está muy mal acostumbrado, pues cree que las cosas se las tienen que regalar a cuenta de que vivimos en un país petrolero: "Nunca vamos a tener carreteras alemanas con impuestos venezolanos", dice.

El caso de las vías que faltan en la ciudad (hace más de 40 años que no se construye ninguna vía expresa) es para él emblemático: "Siempre oímos a expertos hablando de que hay que construir esta autopista y esta otra, pero jamás dicen de dónde va a salir el dinero. Las vías se construyen con impuestos a la gasolina. Aquí estamos muy contentos con que nos regalen la gasolina y al mismo tiempo nos quejamos de que no se construyen nuevas vías".

Para él la calidad de vida seguirá descendiendo mientras no se pague lo que se debe por cada servicio. Aunque tal vez no es algo que interese a ningún gobierno, pues está estudiado que a mayores impuestos, mayores son las exigencias de la gente.

El Universal
07-11-2012

Recopilado por:
Lic. Henry Medina
Asesor Inmobiliario, de Seguros e Inversiones
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