ENTORNO URBANO
¿A dónde se fueron mis memorias? No sé, lo que sí recuerdo es que en cada una de esas imágenes quedó un hueco, un hoyo inmenso.
FRAN SUÁREZ
Leyendo en la publicación Entorno Urbano 1999-2001 las defensas, culpas, angustias y alarmas vertidas sobre la demolición del inmolado Galipán, me asaltó una vez más la interrogante: ¿Hubo la misma preocupación con el edificio de al lado, el Lido? No ese “Lido” comercial de oficinas, sino el mío, mi Lido; aquel gran Teatro ese que estrenaba antes que el resto del país las películas de Walt Disney, con sus personajes disfrazados apareciendo en el lobby de amplio Salón de escaleras y columnatas esculpidas, donde mi hermana Angélica se abrazaba a Blanca Nieves y a sus Miramar y Manuel y yo nos escapábamos de mamá hasta los Aristogatos y las Carlotinas. ¿Y el Canaima donde hacíamos cola para ver Love Story y Tiburón? ¿Dónde está La Castellana y su Arepera de palco y galería? ¿El Altamira, el Lomito a La Pimienta con Salsa de Cerezas de “Il Padrino”?
¿A dónde se fueron mis memorias? No sé, lo que sí recuerdo es que en cada una de esas imágenes quedó un hueco, un hoyo inmenso, un muro perimetral que escondía un “levantamiento de tierra”, como si no supiera yo que mis edificios no se levantaron, que todos se fueron para abajo, estoicos republicanos; se convirtieron en polvo sin Miércoles de Ceniza. No ir al cine no es sólo cuestión de dinero sino de rebeldía; mi emoción se niega a dejar ir esos grandilocuentes hoteles del arte, majestuosos y silenciosos testigos de calidad por cajones, mataderos de ocio y esnobismo, aunque pretendamos pasar nuestra indolencia de incógnito tras unos anteojos 3D.
Si es cierto que las ciudades viven, seguro estoy que esos nobles edificios habrían preferido morir de pie antes que ser sometidos y humillados, convertidos en iglesias mercenarias o que por sus pantallas pasaran el Bolívar de Valero o Miranda con Technomarine a la muñeca; Gio Ponti, Di Sapio, Albertoni se revuelcan observando inermes sus obras grafiteadas con los ojitos amordazados ¡Porca Miseria! En Petare mis recuerdos no fueron sepultados por un hueco, no se meteorizaron. Peor, mis cines Encanto y Miranda mutaron como malosa película de Zombies; de La Pasión y “os Diez Mandamientos de Charlton Heston a “Pare de Sufrir”, “Pare de Asombrarse con lo que ve”.
Más allá de la manida “De dónde vienes y a dónde vas” acabar con la memoria de una ciudad te quita el piso, te abre un intersticio que te convierte en “Hombre de Ningún Lado”, que perdió referencias de lo que ha pasado para que hoy estuvieras parado aquí.
No es necesario taladrar para abrir un hueco en la memoria; no amerita pilotes ni fundaciones, contratar camiones de volteo interminables “bachaqueando” escombros hasta dejarlos olvidados en cualquier “Por allí”; sólo involucra “desinvolucrarse”, voltear para otro lado, pretender que no se está, que no vives ahí, que recién llegas con tu perol de comprar querosén; no importa, si mientras cuestionas las nuevas edificaciones, sin vínculos con el entorno, clavas un enclave en pleno Petare, como si de una nave nodriza de Close Encounters... se tratara. ¿Dónde se encuentra la memoria del sitio en el que edificaste la Universidad? Sartenejas reivindica su origen, hasta Simón Bolívar se aparta pero: ¿Enseñas a tus alumnos qué eran esas tierras, cómo se llamaban esas haciendas, qué cultivaban, quienes fueron los dueños? ¿Qué les pasó?
¿Por qué no comenzamos desde allí?
mdu@unimet.edu.ve
El Universal
21-06-2016
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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