MARIANO NAVA CONTRERAS
En un párrafo de su Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, el padre Oviedo y Baños nos cuenta cómo era la Caracas de comienzos del siglo XVIII. “En un hermoso valle”, nos dice, “tan fértil como alegre y tan ameno como deleitable [...] al pie de unas altas sierras, que con distancia de cinco leguas la dividen del mar en el recinto que forman cuatro ríos, que porque no le faltase circunstancia para acreditarla paraíso, la cercan por todas partes, sin padecer susto de que la aneguen: tiene su situación la ciudad de Caracas en un temperamento tan del cielo, que sin competencia es el mejor de cuantos tiene la América, pues además de ser muy saludable, parece que lo escogió la primavera para su habitación continua, pues en igual templanza todo el año, ni el frío molesta, ni el calor enfada, ni los bochornos del estío fatigan, ni los rigores del frío afligen”.
Es verdad que la descripción del viejo Valle de San Francisco no carece de los lugares comunes de la descripción de los paisajes americanos en primeros los historiadores de América, pues una gran mayoría de sitios y regiones son descritos de la manera más elogiosa, pero tampoco es menos cierto que esta descripción también se nutre, en última instancia, de los elementos de la descripción del Paraíso Terrenal. También es verdad que la comparación de lo que hoy es Venezuela con el Paraíso Terrenal se remonta al mismo Colón, quien en la Relación del Tercer Viaje hace intencionadas descripciones: “Allí descubrió las más hermosas tierras que se hayan visto y las más pobladas, y llegó a un lugar que por su hermosura llamó ‘Jardines’”, dice la carta.
Hoy los historiadores saben que a Colón le interesaba exagerar los resultados de sus descubrimientos, y que quería manipular con sus cartas a fin de asegurar el financiamiento de sus expediciones por parte de Sus Majestades Católicas, por lo que algunos dudan de la sinceridad de la tesis del descubrimiento del Paraíso. Sin embargo tampoco podríamos creer que el asombro y el entusiasmo que expresa el Almirante por la belleza de las tierras a las que arriba sea completamente fingido. Colón está sinceramente maravillado por todo lo que ve, y no puede menos que evocar al Jardín del Edén. En realidad, se creía un predestinado, el escogido para llevar la fe verdadera más allá del océano. Total, se llamaba Cristóbal, de Xhristo-phoros, que significa “el que lleva a Cristo”.
Escrita dos siglos después, la descripción del Valle de Caracas que hace Oviedo y Baños contiene muchos de los elementos con que la tradición distingue al Paraíso Terrenal, los cuales aparecen en el libro del Génesis y cualquier lector medianamente culto podía identificar. Se trata de un lugar fértil, lo que hace que los alimentos puedan conseguirse sin mayor trabajo. No es cualquier lugar, se trata de un valle, lo que dificulta su hallazgo. Este valle está regado por cuatro ríos, Guaire, Anauco, Catuche, y otro que no podemos identificar, pero que podría ser perfectamente cualquiera de las cañadas que lo cruzan, y que nuestro historiador compara, en algo más que una galante metáfora, con los cuatro ríos que nacen del paraíso, Tigris, Éufrates, Nilo y Pisón (que los estudiosos tampoco han podido identificar). La cuestión de los ríos es interesante. La tradición señala que en las fuentes del paraíso nacían los cuatro ríos más caudalosos. Esta tradición se mantuvo durante toda la Edad Media e influyó en la imagen que se tenía del mundo, tal y como se constata en el famoso mapamundi del Beato de Liébana. Por otra parte, la disponibilidad de agua potable era –y es aún- asunto de la mayor importancia para la vida de las ciudades. Finalmente, el Valle goza de una temperatura primaveral todo el año, cosa que resulta y signo elocuente de la naturaleza paradisíaca en la mentalidad europea.
José Oviedo y Baños nació en Bogotá, se educó en Lima y vivió en Caracas. No era europeo de nacimiento, aunque sí por su ascendencia y cultura. Tras la muerte de su padre, viene a Caracas donde su tío, Diego de Baños y Sotomayor, era obispo. En Caracas, el joven José Agustín tiene una vida holgada, como corresponde a un joven de su abolengo. Hace carrera militar y vida social con las familias más encumbradas de la ciudad, pero también tiene acceso a la importante biblioteca de su tío. Es así como nace su Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, sin duda uno de los libros fundadores de nuestra historia como nación y como pueblo. Hoy, cuesta trabajo creer que el mismo lugar que es teatro de algunas de las estadísticas más espantosas del mundo fuera una vez creído paraíso. Buena lección para los que quieran aprender de los asuntos humanos. Sin embargo, con un pequeño esfuerzo de imaginación entenderemos el entusiasmo de los viejos viajeros por el viejo valle. Queda para nosotros, los de ahora y los del futuro, rescatar lo que quede de rescatable y revivir lo que pueda revivirse de aquel paraíso perdido.
@MarianoNava
El Universal
07-04-2016
Recopilado por:
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