jueves, 7 de agosto de 2014

Las ruinas vivas de la Torre de David

Por Albinson Linares

A su alrededor todo luce a pequeña escala. La torre que ya no es sino recuerdo de la ambición de su antiguo dueño, desafía las alturas por encima de cualquier otra edificación. Cual Babel, en la que las leyes de los hombres se topan con las de dios, se da el contrapunto que parece la mejor metáfora del país. Una estructura al estilo del Primer Mundo, aloja la inmensa deuda social de un Estado subdesarrollado. [Esta crónica fue publicada en febrero de 2011.

1. Vista vertical al paisaje de la crisis. A lo lejos el brillo intenso de la mole enceguece a los transeúntes. Recubierta por cristales y acero, la antigua Torre Confinanzas se enseñorea con sus 45 pisos en la avenida Andrés Bello cual corona falsa del otrora centro financiero de Caracas, sito en San Bernardino. Es un espejismo, la ilusión de un zigurat posmoderno, que al acercarse proyecta su sombra y muestra la sonrisa desdentada del abandono de décadas y la invasión precipitada.

Más de quinientas familias consiguieron cobijo en este rascacielos que, con sus 190 metros de altura, fue concebido como un monumento al éxito del banquero David Brillembourg, quien signó los años noventa con sus agresivas maniobras en las finanzas.

En la entrada un enorme cartel proclama a los cuatro vientos que la estructura es controlada por la Cooperativa de Vivienda “Casiques de Venezuela” fundada hace poco más de un año. Un sábado de enero era día de fiesta en las dos torres “habitables” del complejo.

Una vendimia convocada por la iglesia evangélica del lugar realizaba encuentros deportivos, culturales y espirituales junto a la venta del hervido de res, pitanza común para los tomistas. Los niños correteaban por doquier esquivando las cornetas que repetían sin cesar: “Renuévame, Señor, Jesús, / Ya no quiero ser igual / Renuévame, Señor, Jesús / Pon en mí tu corazón”.

El contraste entre la magnificencia de los 121.741,00 m² de concreto armado repartidos en las 12 hectáreas del soñado complejo original y las precarias construcciones surgidas por la invasión no puede ser mayor. Las paredes de bloquerojizo que dividen caprichosamente a las torres campean por doquier. “Llegué hace tres años porque un grupo de amigos me llamó. Había mucha gente acampando, nada servía y todo estaba lleno de escombros, las escaleras tenían excrementos, escombros, tierra y basura. Acá vivían indigentes, lateros y fumones. Era una cueva de gente mala que nosotros recuperamos a través del diálogo y la unión”, asevera Alexander Daza, presidente de la cooperativa y pastor de las almas evangélicas de las torres.

Los fundadores de esta toma describen con orgullo el complejo sistema de organización que les permite vivir allí. Aparte de los miembros de la junta principal existen 16 coordinadores, varias cuadrillas de limpieza y más de 20 colaboradores encargados de velar por el buen orden de los habitantes de esta ciudadela vertical.

Cada piso cuenta con un delegado y subdelegado quienes le reportan a los coordinadores cualquier incidencia o retraso en los pagos de los 150 BsF. que cuesta el “condominio”. Para Gladis Vargas, secretaria de la cooperativa, esta estructura es tan eficaz que les ha permitido pagar la deuda de 80 mil bsf. que la edifi cación tenía con la Electricidad de Caracas.

Es por esto que muestran con entusiasmo un medidor que les acaban de instalar y por el que cada familia paga la módica suma de 2,5 Bsf. por consumo mensual. De igual forma hacen gestiones con Hidrocapital para llegar al mismo acuerdo y dejar de depender de las dos bombas hidroneumáticas que suben el agua hasta los tanques, hechos por ellos mismos.

“Como coordinadores no hacemos nuestra voluntad sino lo que la gente quiere. Las decisiones se toman por mayoría de votos en cada piso y nosotros las apoyamos siempre y cuando no vayan en perjuicio de nadie, sino en beneficio del piso y la comunidad”.

Tanto abogan por mantener esta armonía que llegan a intervenir en peleas domésticas si se pasan de la raya: “No vamos a dejar que se maltraten mujeres ni que se cometan hechos de sangre. Si alguien llega borracho y forma escándalo se le saca de la casa hasta que se serene porque por el hecho de que vengamos de un barrio no tenemos que comportarnos mal”, explica en tono categórico.

Como muchos otros, Gladis llegó a los edificios por una recomendación desesperada. Hace tres años su casera le avisó de la invasión y se marchó con sus hijos a vivir en carpas por 90 días hasta que empezaron a construirse los “apartamentos”.

En sus cálculos los habitantes de las torres sobrepasan las 584 familias, sobre todo, luego de las lluvias de noviembre pasado que los conminó a recibir damnifi cados que pasaron a ocupar tres pisos más, del 26 al 28.

Numerosas son las denuncias acerca de la supuesta venta de los espacios para vivir en estas torres por cifras que oscilan entre 15 y 30 mil Bsf. Al tocar el tema la secretaria desmiente con vaguedad: “Eso no es verdad. Lo que pasa es que cuando llegamos las paredes estaban llenas de sangre, quemadas y había escombros por todos lados. La gente ha hecho remodelaciones pintando los espacios, instalando las conexiones de luz porque la comunidad genera un sentido de propiedad. Por eso cuando se van el que llega les reconoce las bienhechurías”.

En esta comuna con aires socialistas incrustada en el corazón de una superestructura capitalista, las contradicciones son permanentes: “Nosotros lo recuperamos y queremos vivir en algo digno como seres humanos. Acá hay espacios que tienen cielorraso y jacuzzi por eso no pueden valer lo mismo que un espacio que sólo esté pintado”, capitula Vargas. El día llegaba a su fin en las torres de concreto y los jóvenes se reunían en una cancha de baloncesto improvisada donde driblaban con furia. A escasos metros, el pastor Daza leía el Evangelio en una animada celebración espiritual mientras la luz se tornaba macilenta.

Los avisos que convocaban a la vendimia yacían esparcidos por todas partes en el basto piso de cemento y, paradójicamente, mostraban una imagen computarizada de la Torre Confinanzas que en el papel lucía espejeante y luminosa.

2. La torre acerada del rey David. El Centro Financiero Confinanzas fue el último sueño de David Brillembourg, considerado uno de los banqueros venezolanos más exitosos de inicios de los 90. La OPA de Cervecera Nacional, la negociación con el Banco Unión, Mantex, Atlántica y la fundación de la Sociedad Financiera Confinanzas fueron hitos en la frenética historia económica de esa década.

Para 1989, Juan Carlos Zapata recuerda en su libro El dinero, el diablo y el buen Dios que las operaciones de la Bolsa de Valores de Caracas apenas sumaron 12 millones de dólares. Pero en 1990 la curva reventó los límites de cualquier gráfico al llegar a 5.000 millones de dólares.

El dinero fluía en las arcas de los hombres arriesgados y Brillembourg lo era. Por ello no dudó en invertir capital y esfuerzo en su rascacielos que con 45 pisos y 190 metros de altura es el noveno más alto de América Latina y en Venezuela sólo está superado por sus vecinas, las Torres Gemelas de Parque Central.

En total estaban proyectadas seis edificaciones: el Atrio (lobby y sala de reuniones), la Torre A de 190 metros con su helipuerto, la Torre B, el edificio K, el edificio Z y un estacionamiento con rampas de 12 niveles que ocupan 12 hectáreas de terreno. Aparte de ser la sede de Confinanzas albergaría un hotel, un apartahotel y comercios variados.

Nadie imaginaba la debacle que sólo cuatro años después arrastraría a un tercio de la banca comercial y obligaría al gobierno a suministrar auxilios económicos por el orden de 1 billón 272 mil millones de bolívares antiguos.

En 1994 Confinanzas fue intervenida y la megaestructura de 121.741,00 m² culminada en un 61% pasó a manos del Estado al ser legada al Fondo de Garantía de Depósitos y Protección Bancaria (Fogade) junto con tres mil inmuebles más de otras instituciones afectadas por la crisis.

El resto es historia. Desde 1994 los entes estatales no supieron qué hacer con el espejismo de concreto y acero forjado por Brillembourg. En 2001 se presentó en subasta con una base de 60 millones de dólares y nadie pujó. A inicios de 2005 la alcaldía metropolitana pretendió instalar allí sus fundaciones y algunos ministerios estuvieron interesados en instalar sus sedes en el complejo por la ubicación estratégica de la edificación pero nunca se concretó nada.

En 2006 fue negociada sin éxito en la Oferta Pública F.G.D.P.B.-I-06-129. El terreno estaba listo para que los colectivos ansiosos por vivienda, damnificados y ciudadanos de toda ralea fijaran su atención en el coloso de concreto al que ya todos simplemente llamaban la Torre de David.

3. Las invasiones bárbaras. Fue 2007 un año de marcadas contradicciones económicas. En el mismo momento en que Venezuela alcanzó un crecimiento del 8,4% impulsado por la expansión de la inversión y el consumo, el país llegó a la cima de la inflación latinoamericana con un 22,5%. Así las cosas, Caracas bullía en actividad económica y diatribas políticas que dibujaron un nuevo rostro para la ciudad.

Uno de los grandes cambios fue propiciado por Juan Barreto, a la sazón alcalde mayor de la capital, quien expropió o desafectó unos 200 inmuebles cuyo valor total ascendía a los 4 millardos de BsF. Por esos meses la Asociación de Propietarios de Inmuebles Urbanos (Apiur) se lamentaba por los 154 edificios caraqueños que permanecían invadidos y 800 inmuebles individuales (terrenos privados, galpones y casas deshabitadas) que permanecían ocupados de manera ilegal.

El destino del gigante de la avenida Andrés Bello ya estaba escrito cuando, en octubre de ese año, un batallón de 900 familias tomó posesión de las ruinas modernas. Los recuerdos de esos días hacen sonreír a Gerardo Morales, escolta del Ministerio del Interior y Justicia y uno de los primeros coordinadores del complejo.

“Yo vivía en Catia y me informaron que se iba a hacer la toma de un edificio que llevaba 20 años abandonado (sic). Éramos muchísimos como 900 familias que venían de Propatria, La Vega, Petare, El Junquito, Antímano, San Martín, Caricuao, El Valle y La Yaguara. Vivimos como tres meses en carpas antes de poder construir y tuvimos que sacar a fumones, delincuentes, indigentes y lateros. Después nos tocó depurarnos a nosotros mismos”.

Moreno y musculoso, Morales se viste con colores chillones que resaltan el brillo de su piel de ébano. Más parece un corista de Daddy Yankee que un hombre que se juega la vida todos los días cuidando las espaldas de gente importante. Acodado en un improvisado balcón de ladrillos, asevera con aires de Robin Hood: “Acá entre los primeros coordinadores había gente que trabajaba con Barreto y esto que pasó él lo sabía. Pero ellos lo que querían era meter a las familias, sacarlas y luego vender los espacios. Nosotros no íbamos a de jar que jugaran con el pueblo, veníamos de una lucha en el barrio y somos sufridos; por eso los sacamos de aquí”.

Entre un cálculo y otro, se estima que 500 familias tuvieron que salir de las torres por no ser compatibles con los reglamentos de los coordinadores.

Eran meses frenéticos en los que las comunas improvisadas cuidaban lo que habían invadido por miedo a las “retomas”. Muchos de los “fundadores” de esta cooperativa como Morales rememoran con espanto esos tiempos: “Venían malandros y se quedaban con los corotos de las personas, violaban a las mujeres y le pegaban a los niños. Todo eso pasó con la gente de los Sin Techo que agarraban a los coordinadores, los mataban y ellos se quedaban ahí”. Fruto de esas reyertas al margen de la ley —que más recuerdan al medioevo tribal que a una metrópoli suramericana— cayó el antecesor del pastor Alexander Daza. “Frank” era como le llamaban al primer líder de esta comunidad. La más común de las versiones cuenta que otro coordinador, molesto por una decisión que afectó a una de sus hermanas, lo llevó a Catia y en un oscuro callejón le vació 38 disparos.

El único altercado grave con la ley que recuerdan los pobladores del complejo sucedió hace dos años cuando tres miembros del Cicpc irrumpieron a tiro limpio en las áreas comunes. Elvis Merchán, vecino del piso 13, además de coordinador y tesorero de la cooperativa, no olvida ese día: “Ellos andaban de civiles y entre todos agarramos a uno, cuando se sacó el carnet supimos que eran policías. Al ratico rodearon todo el edificio y nos cayeron a tiros. Nosotros les lanzábamos piedras, bloques y botellas”. Su hija fue herida en una pierna junto a otro niño y uno de los vigilantes. Al día siguiente pusieron las denuncias en los órganos competentes y desde entonces no hubo más acciones violentas por parte de las autoridades.

4. El laberinto de las leyes. Una violación sistemática de cuanto articulado jurídico existe en las democracias occidentales es lo que algunos expertos ven en el fenómeno de las invasiones, que tanto auge han tenido en la Venezuela del siglo XXI. Sin meterse en los vericuetos de las sucesivas reformas legales que se han producido en años recientes, el abogado Luis Alfonso Herrera opina que, por lo menos en el caso de las propiedades estatales como estas torres, se viola la Constitución Nacional y normas de la Ley Orgánica de Hacienda Pública Nacional, la Ley contra la Corrupción, la Ley Orgánica de la Contraloría General aparte de lo que reza la Ley Orgánica del Poder Público Municipal.

Quizá lo que más le preocupa al experto es que inmuebles como este complejo se convirtieron en bienes estatales al llegar a manos de Fogade, por lo que advierte: “Esas estructuras no pueden entregarse a unos particulares, de hecho sin ningún tipo de formalidad, para que ellos resuelvan momentáneamente su problema. Esos bienes no pueden beneficiar de manera exclusiva y excluyente a ciertas personas porque eso pervertiría su naturaleza y régimen al crear una especie de privilegio. Es como si se le estuviera dando, de manera encubierta, un trato de propiedad privada. Hasta que no haya un acto formal mediante el cual el Estado arriende o venda esos bienes a unos particulares todo eso es irregular”.

Este investigador del Observatorio Económico Legislativo no permanece incólume ante el frenesí de los cambios jurídicos y las acciones políticas que el actual gobierno emprende cada tanto. Por eso reflexiona sobre la pertenencia que los pobladores de las invasiones genera con esos inmuebles: “Lo más probable es que la gente que vive allí termine argumentando que se les generó un derecho de permanecer allí como habitantes legítimos de estos espacios. Ellos van a decir que ahí hay un derecho adquirido por lo que no pueden desalojarlos hasta que se topen con alguna regulación”.

Felipe Benítez es el hombre de las cifras. Como coordinador del Observatorio de la Propiedad Privada suele estar en el medio de las denuncias a cuanta violación sucede en el país. “Entre 2005 y 2010 registramos 1730 casos de violaciones al derecho de propiedad. Las cifras que manejamos hasta noviembre de 2010 totalizan 140 violaciones a la propiedad pero las proyecciones coinciden con el número de expropiaciones ocurridas en 2006, cuando se registraron 176, siendo éste el último año de elecciones presidenciales. Creo que el nivel de exposición e importancia de los casos del año pasado tuvo grandes efectos sobre la opinión pública y eso repercute en las acciones gubernamentales”.

Al igual que Herrera recela sobre el futuro de experimentos comunales espontáneos como los de la Torre de David: “El alcalde Barreto entre 2006 y 2008 desafectó más de 188 edificios que estaban destinados al alquiler o que pertenecían a cualquier tipo de propietarios. Dudo que a toda esa gente se les dé el título de propiedad que esperan porque a la fecha ni se les indemnizó a los dueños, ni al Estado. Ése es el polvorín sobre el que estamos parados”.

5. Las ruinas de la esperanza. No es la primera vez que una edificación emblemática termina siendo usada, luego de años de abandono y traspasos, con fines distintos. El Helicoide, el Hotel Humboldt y el Centro Sambil de La Candelaria son algunos casos de edificios cuyo destino ha mutado.

Unas ruinas modernas adecentadas con torpe esmero y el ensayo desesperado de una arquitectura surgida del detritus son imágenes permanentes en las torres invadidas. Estructuras de cabilla devienen barandas improvisadas que separan a los habitantes de la muerte por el vacío que, piso a piso, los cerca al ascender. Ya en el pasado antes de la precaria seguridad de los cercados de cabillas una niña se alejó de su madre y feneció estrellada contra el piso 30 metros más abajo Este gueto popular donde conviven miles de personas que han generado negocios como papelerías, abastos, bodegas, peluquería, salas de playstation y hasta una iglesia fascina a artistas plásticos como Juan José Olavarría.

“He dedicado mucho tiempo a pensar sobre lo que pasa aquí. Me he interesado en el tiempo en carpa que pasan los que van llegando hasta que les dan un espacio, he dibujado y esculpido las torres en todo este proceso”, explica viendo la mole con fijeza. Sus esculturas en arcilla muestran a la torre emulando las producciones en serie de la Torre Eiffel o The Empire State que se regalan como souvenirs de turismo. Aparte de la estrategia irónica tras estas piezas, el discurso del artista imbrica historia e imagen en cada propuesta: “Siento que esta estructura es un reflejo del país. Una réplica a escala del fracaso petrolero, nada representa mejor a Venezuela que un barrio vertical, una comuna recreada en un rascacielos. Esto somos”.

Un domingo a mediados de febrero la calma reinaba en los edificios. Era de mañana y el pop cristiano atraía a los fieles a la iglesia del pastor Alexander Daza. De Catia a los centros penitenciarios de El Rodeo y Guanare, de las malas juntas a la redención en el Evangelio, su vida dibuja un peregrinaje errático.

Ungido líder por la aclamación de la mayoría de los habitantes de la Torre de David, sortea enemigos y sólo se confiesa seguidor de una palabra: “Nosotros aquí dependemos de dios, no del gobierno que esté. Aceptamos cualquier ayuda pero nos mantenemos a nosotros mismos. El día que vengan a desalojarnos o algo así tienen que reubicarnos porque estamos unidos. Acá luchamos contra los malvivientes, hechiceros, ladrones, santeros y todas esas personas, por eso hemos logrado todo esto”.

Mientras habla, juega con su hijo de cinco años, que brinca en el vacío entre una breve franja de concreto y la otra. Viendo a su hijo en el borde, recuerda los tres años que pasó a la sombra, cuando medía las horas para salir. Habla de los planes que tiene. Un centro de reinserción social para aquellos que, como él, salen de la cárcel y no tienen adonde ir, además espera poder atender a drogadictos que ansíen rehabilitarse. Un proyecto se solapa con otro pero todo tiene como trasfondo el espacio que le rodea: “Acá se pueden hacer muchas cosas buenas y por eso uno le pide a los delincuentes que no se porten mal aquí y por esa razón le agarran como odio a uno. Pero a uno lo respalda dios y la comunidad que sabe que lo que hacemos es para el bien de todos”.

Muchos escombros, desechos y las miasmas de aguas servidas impregnan el ambiente de los primeros pisos de la Torre B, la más alta y mejor construida. A medida que se asciende, el orden en medio del caos es notable y explica la permanencia de los tomistas devenidos una rara especie de arrendatarios invasores.

De los niveles 26 hacia arriba muchos damnificados se encuentran acondicionando los espacios por lo que las escaleras son la ruta de largas caravanas de albañiles que penosamente suben cemento, bloques, pintura y sacos de arena. Las cabillas para impedir los accidentes al vacío son las primeras estructuras que surgen.

Si se sigue ascendiendo se llega al piso 29 un espacio diseñado para albergar salas de reuniones que tuvieron amplísimos ventanales en los que se ve Caracas en 360 grados. La sensación de vértigo de esta enorme explanada de concreto, coronada 20 pisos más arriba por un ruinoso helipuerto, provoca náuseas al que se asoma a sus bordes.

Ochenta metros abajo, los autos parecen juguetes y los hombres hormigas que corren presurosas en una maqueta irreal.

Los escombros de gruesos cristales de seguridad brillan por doquier, junto a kilómetros de gomas arrancadas al mecanismo de los ascensores que nunca llegaron.

El polvillo de asbesto es un desierto rojizo entre los ductos de ventilación que yacen tirados por todas partes en el área interna donde se ven las señas de los cristales que iban a dividir las amplias oficinas del emporio que Brillembourg soñó tener. Afuera el viento frío que baja del Ávila barre las terrazas magníficas que muestran su abandono a quien quiera verlo.

Del piso 29 hacia arriba impera el fracaso de las grandes ambiciones truncadas, hacia abajo reina la sorda esperanza que sólo tienen los desposeídos. Ellos los que todo lo han perdido, los mismos que en una de las herrumbrosas puertas de los seis ascensores ejecutivos escribieron con tiza: “Chao, att. David”.

Prodavinci
22-07-2014
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
Administrador del Grupo Yahoo corredor_inmobiliario
Asesor Inmobiliario, de Seguros e Inversiones
twitter: @Henry_Medina
hmedina30@yahoo.es



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