En Venezuela las ciudades no quiebran porque el Estado las trata como a menores de edad
MARCO NEGRÓN
Es noticia de estos días la declaratoria en bancarrota de Detroit, la antigua Motor City, la capital de la industria automotriz: una crisis que según el gobernador de Michigan duraba ya seis décadas y que se materializa en una deuda de largo plazo de 17 mil millones de dólares y un déficit presupuestario de 327 millones. Evidentemente esta crisis, como toda crisis social, no tiene una causa única, pero quienes la han seguido más de cerca sí reconocen una causa principal: haber puesto, si no todos, al menos demasiados huevos en una sola canasta: la industria automotriz que fue a la vez, paradójicamente, la causa de su máximo esplendor.
Pero el caso de Detroit no es único: ya en la década de 1970 Nueva York estaba en una seria crisis debido, como ha ocurrido con aquélla, a la decadencia de su base industrial. Sin embargo esta última recuperó su esplendor reinventándose gracias a las acciones de muchos de sus ciudadanos, desde las autoridades locales pasando por sus intelectuales y artistas hasta lo que muchos consideran el factor clave del renacimiento: el boom de la actividad empresarial en el sector financiero.
También Europa ha experimentado recientemente la crisis y el resurgimiento de muchas de sus antiguas ciudades industriales tales como Barcelona y Bilbao. Pero uno de los casos más interesantes aunque menos conocido entre nosotros es el de Leipzig, arrastrada por la violenta crisis industrial de la RDA entre 1990 y 1993 cuando se perdió más de la mitad de los 4 millones de empleos industriales. La ciudad perdió tanta población que en 2000 estaban vacías 62.500 viviendas, una quinta parte del total, causando inseguridad y costos de mantenimiento insostenibles. Reconociendo la irreversibilidad de la situación, las autoridades locales incluyeron en el Plan de Desarrollo Urbano un objetivo inaudito: demoler 20.000 unidades de vivienda para 2010 sustituyéndolas por parques y espacio público. Reducirse para volver a crecer.
En Venezuela las ciudades no quiebran porque el Estado las trata como a menores de edad, sin independencia económica. Así, aún las más improductivas siguen con vida vegetativa gracias a una aparentemente inagotable pero estancada renta petrolera. De ese modo se hunden en una decadencia creciente sin capacidad para enfrentarla ni siquiera con el suicidio.
marco.negron@gmail.com @marconegron
El Universal
24-07-2013
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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