El papel del crítico de arquitectura es develar las cualidades y contradicciones de una obra o conjunto de edificaciones, en un espacio, tiempo histórico y realidad determinada, a través del tamiz de una fundamentación ideológica.
El crítico de arquitectura contemporáneo no puede estar ajeno al sistema político-económico donde le toca actuar, ni mucho menos ignorar los problemas de orden social, de hacerlo, su labor no tendría transcendencia alguna. Es desde esa mirada ideológica que se puede construir una labor positiva como crítico de arquitectura, quien además de emitir juicios de valor sobre una edificación, y estimular el debate sobre las ideas que subyacen en una obra arquitectónica, debería también evaluar cual es la contribución que esa obra aporta a la solución de problemas concretos de orden social o cómo contribuye a apuntalar un modelo de sociedad. Si esto ocurre, la crítica de arquitectura alcanzará algún valor transcendental como producto cultural y, en consecuencia, podrá orientar al público interesado a determinar cuál es la arquitectura más adecuada para un momento histórico determinado.
Se trata de develar lo que una obra arquitectónica significa para una cultura, y no tanto si una edificación es bella per se, o como la percibimos en relación a la producción arquitectónica de moda. Se trata de escribir con el objeto de educar al lector y, especialmente a los estudiantes de arquitectura, para que tengan herramientas que les ayuden a distinguir lo que es una buena edificación de una mala, y no tanto para complacer a grupos económicos o entretener a los arquitectos, con discursos que serán olvidados al día siguiente con lo último que se comente en Twitter o Facebook. Se trata de describir sistemática y razonadamente una obra arquitectónica en sus dimensiones sociales, urbanas, tecnológicas y estéticas y la compleja red de determinantes y circunstancias que informaron las intenciones del arquitecto, ya que al final el proyecto arquitectónico, una vez construido, adquiere una autonomía que supera las decisiones que se tomaron para su diseño, debido a que la obra construida genera un discurso propio, autónomo, más allá del discurso del proyecto, dejando, como obra construida, un testimonio de su época.
Lo que encontramos, hoy en día, como crítica de la producción arquitectónica en Venezuela, bien sea en la prensa diaria como en los blogs, con muy poca excepciones, tiene muy poca reflexión sistemática y razonada, o son simples opiniones sin fundamentos sólidos. Nada que ver con un discurso estructurado y objetivo. Nada que ver con la realidad del país y sus problemas. Esta falta de rigor de la crítica arquitectónica no sólo ocurre en los medios impresos tradicionales sino también esta presente en el, ya no tan nuevo pero omnipresente, Internet. Por cierto, lo mejor que nos traído la blogosfera es la libertad de expresión y la emergencia de miles de voces que contribuyen, con aciertos o desaciertos, aportando elementos para la reflexión o comentarios de pasillo, al debate de ideas sobre arquitectura.
Pudiéramos señalar que la crítica arquitectónica en el país, hoy en día, tiene un mayor énfasis en asuntos económicos o estéticos, y muy poco con la manera en que se están resolviendo problemas concretos de orden social. Pareciera que se intenta imitar, de manera muy pobre por cierto, lo que ocurre en la mayoría de los escritos sobre arquitectura que se hace en las sociedades poscapitalistas, es decir, se emiten opiniones para favorecer o representar grupos productivos, proyectos editoriales o intereses económicos, que buscan imponer productos o visiones de la sociedad y, por ende, dirigir las miradas de la opinión pública hacia lo que debe ser la arquitectura o la ciudad en la era de la globalización. En ese contexto, la crítica arquitectónica se ha reducido a un ejercicio banal de promover modas, marcas, estilos o productos comerciales, dejando de ser una actividad sistemática, rigurosa, académica. En el peor de los casos, se ha convertido en un mecanismo de auto-promoción, especialmente de los arquitectos estrellas del neoliberalismo, para inundar el globo con obras que no responden a realidades geográficas o culturales y acompañar sutilmente la imposición de instituciones y prácticas hegemónicas. Muy pocas veces se encuentra en la retórica de este tipo de crítica, un juicio de valor sobre el papel social de la obra de arquitectura o su impacto en la sociedad, la ciudad o el ambiente. Ignorar la realidad en que se produce la arquitectura solo generará juicios incompletos o sesgados.
En nuestro país, podemos concluir, que hay una ausencia notable de críticos de arquitectura, quienes además del rigor y objetividad en sus juicios de valor, tengan posturas ideológicas meridianas o estimulen, por lo menos, un debate sobre el tipo de arquitectura que deberíamos estar construyendo aquí y ahora. Cuando esporádicamente aparece algún intento de hacer crítica sobre una edificación nueva, tales escritos están animados por el tinte político, antagónico e irreductible, que ha caracterizado el pensamiento intelectual venezolano en los últimos diez años: atacando o defendiendo ciegamente, sin argumentos sólidos, el modelo de país que tuvimos entre 1958 y 1999, de tipo capitalista y neoliberal, y el nuevo modelo que se está intentando construir, a partir de 1999, de tipo socialista y humanista.
Por Abner J Colmenares
Colegio de Arquitectos de Venezuela
20-09-2012
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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