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“Disfruto de todo lo que pueda disfrutar”, dice Agustín con una sonrisa tímida. Tiene 21 años y hace tres que solo puede mover la cabeza. Sufrió un accidente donde se quebró el cuello y quedó tetrapléjico. Estudia ingeniería mecánica y como buen argentino es fanático del fútbol. De chico siempre lo practicó y la silla de ruedas no lo detuvo a seguir. Es el capitán del equipo de powerchair (fútbol en silla de ruedas) de su ciudad y, como él dice, “disfruta de todo lo que puede”.
Agustín, como tantas otras personas, supo sobreponerse al dolor, a la tragedia y salir adelante. Resurgir. A pesar de que una suerte de “marketing de la vida” se encarga de que tengan más prensa o impacto los costos del trauma y el dolor, tal como sostiene la médica psiquiatra de la Universidad de Palermo Daniela Bordalejo, “las personas suelen resistir los embates de la vida con insospechada fortaleza”. Ante sucesos extremos, un elevado porcentaje de personas “muestra una gran resistencia y sale indemne o con daños mínimos del trance, en términos psicológicos”. Esta capacidad que todos tenemos por nuestra condición de humanos se llama resiliencia.
La etimología de la palabra que proviene del latín resiliere, indica que “Resiliencia es saltar hacia atrás, volver a saltar, rebotar”. El término resilient se introdujo al idioma inglés y, en el ámbito de la física, alude a la capacidad que tienen algunos metales de recuperar su estructura luego de una deformación. Así como los metales más rígidos, las personas también tenemos la posibilidad de recuperar nuestro estado. A pesar de las situaciones traumáticas a las que podemos estar expuestos, tanto hombres como mujeres, en igual medida tenemos según nuestros deseos y posibilidades, la oportunidad de obtener algo positivo de una experiencia por más negativa que sea. Transformar el dolor en aprendizaje. Capitalizar la experiencia.
Resulta inquietante la afirmación acerca de que la mayoría de la gente que sufre una pérdida irreparable no se deprime. La psiquiatría certifica que el ser humano tiene una gran capacidad para darle un sentido a las experiencias más terribles. No se trata de negar o minimizar el dolor, sino de encontrar otra manera para sobrevivir.
La resiliencia es ejemplar, además de las características personales, el entorno afectivo ayuda a potenciar la capacidad de resiliencia. Los lazos de cariño y contención que podamos construir forman una red que ayudan a amortiguar la caída y nos impulsan a levantarnos. Podamos, como Agustín, parar la pelota, mirar la cancha, y continuar el partido.
Clara Presman
Periodista
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19-04-2015
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