MARCO NEGRÓN
Una mirada retrospectiva a la arquitectura producida en Venezuela desde mediados del siglo XX no sólo confirma la esterilidad creativa de lo que algunos insisten en llamar revolución, sino incluso su capacidad para marchitar y arruinar mucho de lo mejor que se produjo en el pasado. Y no se trata únicamente de comparar con la obra excepcional de Villanueva: como afirma la autora inglesa Valerie Fraser, «Brasilia, Caracas, Ciudad de México, Río de Janeiro... estas ciudades son sinónimo de la arquitectura más innovadora y progresista del siglo XX»; o el destacado crítico norteamericano Henry Russell Hitchcock que consideraba a la Torre Polar como «el más ingenioso y mejor diseñado rascacielos latinoamericano». El Banco Obrero desarrolló, por su parte, una innovadora actividad, reconocida en toda la región, en el campo de la vivienda de interés social. Indicador de la importancia que entonces tenía la arquitectura venezolana es la frecuencia con que se la reseñaba en revistas como Architectural Design, L'Architecture d'aujuord'hui o Zodiac.
En su fase inicial la revolución rusa no sólo inspiró un intenso debate en torno a la arquitectura y el urbanismo, sino que atrajo a los mejores arquitectos europeos de la época: desde Hannes Meyer, Bruno Taut y Ernst May, eminentes representantes del racionalismo arquitectónico de la década de 1920, hasta las figuras míticas de Le Corbusier, Gropius, Mendelsohn y Poelzig, participantes en el concurso internacional para el Palacio de los Soviets (1931). Paradójicamente, con él se enterraron todas las expectativas de renovación: el primer premio fue al horrendo proyecto de Boris Iofan, rematado por una gigantesca estatua de Lenin, cuyo principal mérito era superar en 12 metros la altura del Empire State Building.
Nosotros, lamentablemente, no tuvimos ni siquiera la breve primavera rusa: el salto fue directo a las aberraciones de la Gran Misión Vivienda. Tres lustros de «revolución» no han producido ni remotamente algo parecido a lo que se gestó durante el siglo pasado, pero no es una peculiaridad venezolana: ninguna revolución del siglo XX produjo una verdadera renovación de la práctica arquitectónica y urbanística; la que más se aproximó fue la soviética, pero terminó cayendo, como se dijo, en la más grotesca involución.
@marconegron / marco.negron@gmail.com
El Universal
12-11-2014
Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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