lunes, 17 de diciembre de 2012

La tragedia sigue por dentro


Luego de 13 años del deslave, 70% de Vargas recibe agua esporádicamente

Manuel Corro (16): "Para todo termina uno en Caracas"
NADESKA NORIEGA ÁVILA
La Guaira.- Trece años no es poca cosa. Es un lapso respetable para la ejecución de un desarrollo urbano, un plan de vida, una meta que alcanzar.

En trece años un joven puede concluir sus estudios de bachillerato y de la universidad. Se crece y se transforma. Sin embargo, 13 años no han sido suficientes para dar cara a la tragedia que azotó Vargas en diciembre de 1999.

Aunque el estado costero muestra un rostro de recuperación, especialmente por la inversión gubernamental que se concentró en la reconstrucción de vías, balnearios, reforestación, canchas deportivas y la primera etapa de la canalización de ríos y obras de minimización de riesgos, la tragedia luce viva por dentro.

Allí en Los Corales, en Carmen de Uria, en Cerro Grande, en Marapa-El Piache, en La Veguita, Quebrada Seca, Tanaguarena, el casco histórico de La Guaira, es normal encontrar casas sin servicios, calles aún de tierra, sectores enterrados en escombros y la nula ejecución de políticas públicas para restablecer la posibilidad de desarrollo. El afán de querer borrar las huellas de la tragedia no ha sido exitoso.

Mientras por un lado se muestran como joyas el balneario de Camurí Chico, la avenida España, la Maternidad de Macuto o grandes estadios, en contraste, las ruinas de los edificios implosionados en Los Corales siguen allí, los antiguos hoteles Sheraton y Meliá prometidos año tras año, el Castillete de Reverón y la cuenca del río Curucutí en Montesano no piensa ni ser embaulada. Tampoco se han iniciado las obras de la red de aguas servidas y 70% de los varguenses siguen recibiendo agua solo dos o tres días por semana.

De acuerdo a cifras del Fondo Único Social (FUS), la tragedia de Vargas dejó saldo de 54.392 damnificados y 240 mil varguenses afectados, cuyas viviendas podían ser recuperadas. El último censo revela que cerca de la mitad de estos varguenses regresaron a recuperar sus casas. Protección Civil Nacional registró unas 40.600 viviendas afectadas en el deslave. Aproximadamente 45% (unas 18 mil), fueron declaradas inhabitables. Por lo menos 25% de estas viviendas volvieron a ser ocupadas.

Trece años que han servido también de escenario para el crecimiento de una nueva generación de varguenses, postragedia. Tienen entre 16 y 25 años. Con diferentes ideas, gustos y hasta posturas políticas. Su punto de coincidencia es haber vivido durante su niñez el deslave. No conocieron o recuerdan poco al litoral central de antes de 1999. Para ellos los sitios que fueron emblemáticos de la región son solo leyendas, conocidas por la oralidad de familiares y amigos. Consolidan en su geografía una nueva memoria urbana. Crecieron en un estado con vías precarias, sin buenos servicios, sin cines, sin hoteles cinco estrellas.

TRAS LA HUELLA DE LOS CORALES

A los tres años, cuando Manuel Alejandro Corro Betancor enfrentó la tragedia de Vargas, no podía entender la razón de los gritos de sus familiares y vecinos. Tampoco entendía el por qué debían cambiar con frecuencia de casa. Mucho menos la razón para no ir a su lugar favorito, el paseo de Macuto.

"He crecido es un estado de cambios constantes, donde la reconstrucción es de todos los días, claro que se ha hecho, pero eso no es suficiente. Este es un estado con muchas carencias. Hoy lo que no comprendo es por qué las aguas servidas siguen cayendo a la playa, por qué el Castillete de Reverón sigue en ruinas y no se preocupan en arreglarlo sino que dejan que sea el hogar de un señor enfermo con un montón de perros (...) No entiendo por qué debe haber personas que aun vivan con miedo ante cada lluvia, porque las calles se llenan de pozos, los cerros se deslizan o no se limpian las cuencas. Nos pasa a nosotros que vivimos al lado del río El Cojo y cuando lleve mucho debemos ir a casa de mi abuela, porque ella vive en un piso cinco y nosotros en planta baja y uno teme que el río se salga", comentó el estudiante de quinto año de bachillerato en la unidad Educativa "Simón Rodríguez".

Alejandro asegura que quiere a Vargas, pero que la entidad se queda corta en opciones que ofrecer a los jóvenes que han crecido tras 1999. "Un estado turístico sin grandes tiendas, sin recreación, sin hoteles, sin qué ofrecer, no existe. Para cualquier cosa uno termina en Caracas. Hay mucha anarquía y desorden".

Sophia Guedez ama los deportes. Sabe de beisbol y fútbol. Quiere ser periodista deportiva, lo que está en su lista de pendientes, porque hoy estudia segundo año de Derecho en la UCV. Está atenta al blackberry e intenta disimular las lágrimas cuando habla de las lluvias de 1999. Sus recuerdos de la fecha y del Vargas anterior al deslave son escasos. "Son como imágenes sueltas. Había un restaurante llamado La Gabarra al que iba con mis papás y una playita después de Carmen de Uria donde se hacían pocitos. Ya ninguno está. Del deslave recuerdo caminar de Los Corales hasta La Guaira con unas sandalias blancas que se dañaron. Por eso ahora, cada vez que llueve, me pongo zapatos de goma", cuenta la chica que vive en Macuto, en la misma casa que fue enterrada por el lodo y luego recuperó su familia.

"Hay gente que tiene historias tristes, perdieron a familiares y nunca pudieron regresar a su hogar. Ese no fue mi caso. Aunque fue duro porque perdimos todo, mi familia actuó para garantizar la normalidad. Claro que soy diferente, valoro a mi familia y sus sacrificios. Sé que aunque las cosas cuesten hay que intentarlo. Al final no importa lo material, si estás con tu familia", comenta.

Le sorprende el interés que muestras sus nuevos amigos sobre el tema. "El lugar que hubiese querido conocer y disfrutar es el Sheraton y el Meliá. Para la generación de mis padres es referencia obligada. Una gran carencia".

Desde niño, Andric Sojo, quería ser policía. Era un pequeño con un gusto inusual por las páginas de sucesos, por libros de investigaciones criminales y armas. Pero a los 12 años la Tragedia de Vargas despertó en él otra vocación: la de ser rescatista. Aunque las lluvias no afectaron su hogar ubicado en Barrio Obrero en Maiquetía, junto al lado de la estación de bomberos, Sojo iba a diario a ofrecer su ayuda para empacar alimentos, ropa y medicinas para los afectados. "La tragedia me hizo dar cuenta que salvar vidas era la mejor carrera, mucho mejor que ser policía".

Siguiendo su decisión y mientras estudiaba bachillerato entró de voluntario a un grupo de rescate, se preparó como paramédico, obtuvo un título universitario en Seguridad Industrial y ahora espera cupo para formarse en Prevención de Riesgos y Gestión de Desastres. Actualmente es inspector en el Servicio Municipal de Protección Civil de Vargas, donde trabaja desde hace ocho años.

"Claro que la tragedia cambió mi vida. Cambió mi manera de ver las cosas y comprender la importancia de estar preparados para hacer frente a la naturaleza: En este trabajo uno observa la fragilidad en que viven muchos. Esa es una deuda que el Estado tiene pendiente, mejorar la política de riesgo y prevención de desastres. No es suficiente marcar una casa y decir que no es apta, sino se desarrolla un programa de demolición controlada y se levantan refugios de calidad para llevar a las familias".

"Lo que aprendí tras 1999 me hizo ser mejor en 2005 y 2010, cuando se enfrentaron otras vaguadas en Vargas".

Desde la ventana del apartamento donde vive Nicole Gudiño en Los Corales se ve el mar. Sin embargo la visual viene acompañada por una estampa nada halagadora, la llamada "zona de destrucción" del otrora urbanismo modelo. Piedras, casas y edificios invadidos, aguas servidas y los restos de los edificios implosionados que nunca fueron recogidos. Desde esa misma ventana Gudiño y su familia vieron pasar un río de barro con árboles, carros y postes.

"Me da rabia porque esta imagen horrible es la que predomina en mis recuerdos de Los Corales. El entorno apacible y de calidad en que vivía de niña lo tengo como una sensación o por referencia fotográfica. Lo mismo me pasa con la entrada del urbanismo. Mis padres recuerdan la isla central y los árboles de chaguaramos, y yo por supuesto que los vi, pero no quedaron en mi memoria, daba por sentado que siempre estarían allí. Por eso ahora soy más detallista, más acuciosa"

En ese afán, Gudiño, quien estudia noveno semestre de Comunicación Social en la UCAB, trabaja en su tesis de grado un documental titulado "Los Corales, 13 años después". "Quiero recordar lo que significaba vivir aquí y en lo que se transformó por desidia. En Vargas solo disfrazan de prosperidad la vía principal, el resto sigue en el abandono. Ahora por el documental he tenido que leer las ofertas hechas para la zona, los anuncios de recuperación en 2000 y más reciente en 2009, todas mentiras. A mí me parece insólito que se hable de borrar la tragedia, cuando son incapaces hasta de recoger los restos de los edificios derribados".

El Universal
14-12-2012

Recopilado por:
Lic. Henry Medina
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